Santa María la Real Aguilar de Campoo, el Monasterio.
Santa María la Real Aguilar de Campoo. Recuperado gracias a Jose María Perez Gonzalez (Peridis)
Monasterio Santa María La Real de Aguilar de Campoo. Su origen es muy antiguo, fundado en el siglo IX. En el siglo XII es habitado por los monjes premonstratenses hasta 1835 que fue abandonado y saqueado. En 1978 la Asociación de Amigos del Monasterio de Aguilar se encargó de restaurarlo y ponerlo en valor. Hoy sus dependencias albergan un instituto y la sede del Centro de Estudios del Románico. La iglesia del siglo XIII, consta de tres naves y una cabecera de tres ábsides. Claustro restaurado totalmente. El primer piso de estilo románico con arquería apuntada que acoge tres pequeños soportes, sobre columnas dobles con capiteles con una variedad temática. Algunos de sus capiteles se conservan en el Museo Arqueológico Nacional. Finalmente su Sala capitular un espacio cuadrangular cubierto con bóvedas de crucería.
EL RENACER DEL CONVENTO CAÍDO
Afirmaba con vehemencia Diderot: “Las ideas que las ruinas despiertan en mí son grandes. Todo se destruye, todo perece, todo pasa. Sólo el mundo permanece. Sólo el tiempo dura. El mundo es viejo y yo me paseo entre dos eternidades. ¿Qué es mi existencia en comparación con estas piedras desmoronadas?”. Qué fascinación despierta ante nuestros ojos la visión de una ruina mayúscula, más si es atizada por la efervescencia infantil. Juguete vivo y protagonista real que animaba las lecturas de los episodios novelescos de aventuras. Niños, como José María Pérez Peridis y otros aguilarenses, que habían crecido jugando y fantaseando entre sus paredes. Estos, cumplieron su sueño y con el transcurrir de los años rescataron para la villa su monasterio.
Así entre la grandeza que se vislumbraba y el misterio de lo recóndito, se ofrecía el monasterio de Santa María la Real a los ojos de los vecinos de la villa de Aguilar de Campoo a mediados del siglo pasado. Tal y como muestra la imagen ajada por el tiempo, pero ante el pasmo de los románticos y su fascinación por los escombros de nuestro pasado. Una nueva época rescataba una visión alejada de la nostalgia y ambiciosa por dotar al monumento de nueva y provechosa vida. Distintivo de la juventud de un pueblo.
Monasterio Santa María La Real de Aguilar de Campoo. Su origen es muy antiguo, fundado en el siglo IX. En el siglo XII es habitado por los monjes premonstratenses hasta 1835 que fue abandonado y saqueado. En 1978 la Asociación de Amigos del Monasterio de Aguilar se encargó de restaurarlo y ponerlo en valor. Hoy sus dependencias albergan un instituto y la sede del Centro de Estudios del Románico. La iglesia del siglo XIII, consta de tres naves y una cabecera de tres ábsides. Claustro restaurado totalmente. El primer piso de estilo románico con arquería apuntada que acoge tres pequeños soportes, sobre columnas dobles con capiteles con una variedad temática. Algunos de sus capiteles se conservan en el Museo Arqueológico Nacional. Finalmente su Sala capitular un espacio cuadrangular cubierto con bóvedas de crucería.
EL RENACER DEL CONVENTO CAÍDO
Afirmaba con vehemencia Diderot: “Las ideas que las ruinas despiertan en mí son grandes. Todo se destruye, todo perece, todo pasa. Sólo el mundo permanece. Sólo el tiempo dura. El mundo es viejo y yo me paseo entre dos eternidades. ¿Qué es mi existencia en comparación con estas piedras desmoronadas?”. Qué fascinación despierta ante nuestros ojos la visión de una ruina mayúscula, más si es atizada por la efervescencia infantil. Juguete vivo y protagonista real que animaba las lecturas de los episodios novelescos de aventuras. Niños, como José María Pérez Peridis y otros aguilarenses, que habían crecido jugando y fantaseando entre sus paredes. Estos, cumplieron su sueño y con el transcurrir de los años rescataron para la villa su monasterio.
Así entre la grandeza que se vislumbraba y el misterio de lo recóndito, se ofrecía el monasterio de Santa María la Real a los ojos de los vecinos de la villa de Aguilar de Campoo a mediados del siglo pasado. Tal y como muestra la imagen ajada por el tiempo, pero ante el pasmo de los románticos y su fascinación por los escombros de nuestro pasado. Una nueva época rescataba una visión alejada de la nostalgia y ambiciosa por dotar al monumento de nueva y provechosa vida. Distintivo de la juventud de un pueblo.